¿Es efectiva tu comunicación con tu familia y/o pareja?

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Sabemos que la comunicación es la base de las relaciones humanas. Precisamos de ella para conocer a las personas, para expresar lo que sentimos y necesitamos, y también para enriquecer nuestro conocimiento y nuestras redes de apoyo.

Sin embargo, en ocasiones no es tan efectiva. Puede llenarse de nudos, como la imagen que se encuentra arriba de este texto. Han existido muchas relaciones fracturadas por malos hábitos en la comunicación, debido a malos entendidos que generan estrés y tensión. Esto acontece cuando caemos en algunas de sus trampas:

1. Sabes lo que los demás piensan

El típico ejemplo de la persona que se enoja con su pareja porque olvidó algo, pero en vez de comentárselo, espera mientras se enfurece cada vez más y espera a que el otro lo descubra por sí mismo. El resultado: Una hecatombe de discusiones.

Esto suele ser muy común y puedes suponer que la otra persona debe entender lo que estás pensando y también debe saber exactamente lo que tú necesitas, sin que se lo digas. Es decir, lo pones en una postura de adivino o hechicero, despojándote de toda tu responsabilidad de comunicar lo que necesitas, y adoptas así una distancia emocional del problema.

A pesar de que la otra persona te conozca lo suficiente, recuerda que no es adivino (a), y que también está ocupado (a) con sus propios procesos mentales, por lo que es muy factible que jamás se entere o entienda por qué te enojaste o te sentiste triste. Otra vez, el resultado: La comunicación queda rota y te quedas con una sensación de insatisfacción.

2. Frases ambiguas o sarcásticas

En ocasiones, las palabras o frases pueden tener diferentes significados emocionales para otra persona, pues venimos de estilos de crianza muy diferentes. Una frase puede tener varias interpretaciones, dependiendo del tono de voz, de la intensidad con la que se pronuncia, etc. Puedes interpretar que la otra persona no se está esforzando al máximo por entenderte, y nuevamente te frustras.

Por ejemplo: la frase:

“Sí, tú siempre haces mucho en la casa”

Dependiendo del tono del voz y del lenguaje no verbal, puede indicar que alguien se esfuerza en ello, o todo lo contrario, y al analizar un mensaje ambiguo, puede dar origen a discusiones. Así que nada mejor que preguntar directamente ¿Qué quieres decir? y no apresurarte a sacar conclusiones, pensando en lo que el otro pensó de ti (¡Qué rollo tan complicado! ¿Te das cuenta?).

3. Las indirectas

Es posible que en ocasiones, por temor al conflicto evites tocar directamente un tema, y te vas, como se dice, “por las ramas”, y te quejas de otras cosas, tratando de hablar del asunto en cuestión pero sin nombrarlo directamente, o usando frases muy generales.

En ocasiones puedes tener miedo de la reacción de la otra persona, pero eso hace que te enredes en una conversación llena de nudos, y que se genere mucha tensión.

Otro ejemplo de hablar indirectamente es el uso de palabras como “siempre”, “nunca”, porque no quieres que se repitan ciertas cosas, pero esas dos palabras dan lugar a cierres en la comunicación.

También puede ocurrir que reacciones de manera exagerada ante un pequeño error, y en realidad estás molesto por otra cosa, que no le has dicho. Al sentirse atacada, la otra persona también responderá con agresividad, rompiéndose el fino hilo de la comunicación, o haciéndose más nudos.

Desenrédalo con paciencia, como lo haces con una bolita de estambre. Es un proceso en el cual tal vez requieran de apoyo psicológico, pero vale la pena, y verás que una mejor comunicación incidirá en una mejor relación con tus seres amados.

Si crees que necesitas ayuda con tu forma de comunicarte, haz una cita y platicamos.

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